Una reflexión de Chris Kalman para adventure-journal.com
Podrán decir que es una frase repetida. Ha sido dicho antes. Y he leído casi toda la literatura que existe respecto al tema. He leído a Gary Synder, y entiendo los cuestionamientos de la ecología profunda. Se me hacen familiares las discusiones de la dicotomía hombre-naturaleza. Pero estoy buscando algo distinto al separar el humano y la naturaleza, estoy buscando algo más.
Mountain sorrounded by clouds // flickr.com/kittysphotos
Probablemente has oído de la era de la exploración. Se refiere comúnmente al tiempo en que Europa comenzó a viajar a través de los océanos para explorar nuevas tierras. Y todos sabemos lo que pasó después. No es necesario referirnos en extensión al fenómeno de genocidio y colonización que Europa impuso sobre regiones subalternas como América y África, y el continuado proceso de imposición cultural del viejo continente.
Pero quiero que consideremos el tema de una forma más amplia. Definamos para efectos de este artículo la era de la exploración como un periodo de tiempo en que algo nuevo es descubierto y explorado. Lo que me interesa de esta era, hasta lo que se sabe por lo que demuestra la historia, es que es seguida inmediatamente por otra, que llamaremos la era de la explotación.
¿Explorando una jungla? ¿Encontraste un poco de goma? Extraes la goma. ¿Fuiste al desierto? ¿Encontraste petróleo? Extraes el petróleo. ¿Una jornada en el mar? ¿Ballenas? Extraes las ballenas. Se entiende la dinámica: descubrimos algo, lo usamos y lo explotamos sin importarnos cuáles son las consecuencias y cuál es la importancia de la historia de ese elemento en ese contexto.
¿Qué tiene que ver esto con los deportes de montaña? Tratemos de aplicar la misma lógica de las eras a nuestro tema.
¿Hubo una era de la exploración? Sí, lo que se refiere a la década del ascenso de Alfred Wills al Wetterhorn en 1854 y también el de Edward Whymper al Matterhorn en 1865, o los ascensos al Yosemite en 1950 y 60. ¿Y luego de la exploración? Explotación. Y como lo dijimos, este periodo es explotar el recurso encontrado, cazarlo, robarlo, usar y abusar de la fuente.
Todo parece indicar que este noble propósito que llamamos montañismo ha estado o está en esta época. Hay nuevas rutas todo el tiempo, personas escalando montañas que nunca antes ojos humanos habían visto. Y sí, cualquier equipo de publicidad puede hacer una historia de cómo un grupo de personas han estado explorando su alma a través de la escalada.
El paradigma cambió desde que las personas aprendieron que del montañismo se podía sacar una tajada de dinero. Y uno se pregunta ¿cuál es el recurso que está siendo explotado? No son las rocas o los riscos, pues nadie anda por ahí tomando rocas y llevándolas a la ciudad. Tiene que ver con otra cosa. Algo nuevo y diferente, que quizás nunca habríamos considerado como un recurso.
¿Qué tal si el recurso natural que más debiéramos proteger es el de la “terra incognita”? No realmente los territorios desconocidos, sino la sensación de ello. ¿Qué pasa si cada vez que tomamos una foto, o nombramos un lugar, o hacemos un mapa de él, y ponemos una bandera metafórica en su cima escribiendo un artículo para una revista o un periódico?
Climbing // flickr.com/markdoliner
Esta no es una idea nueva. Reinhold Messner empezó a hablar de ello como “salvajismo en blanco” a fines de los 80, explicando la importancia de preservar los territorios no explorados. No se refería a la nieve o los glaciares cuando habla de ”blanco”, sino a las partes del mapa que se encontraban en blanco. En un artículo del LA Times de junio de 1989 escribió que “la siguiente generación no nos recordará porque escalamos una cima de 8000 metros, sino por cómo dejamos esos lugares salvajes”.
Como comunidad nos hemos obsesionado con consumir y vender el montañismo en cualquier forma que se pueda imaginar. Productos de escalada, estilo de vida, historias de montaña, o incluso los mismos montañistas que adoptan un estilo de fama y exceso. El clima imperante es vender-vender-vender, y sin hacer mucho para proteger la experiencia que se trata de comercializar: una experiencia de paz y soledad explorando los ambientes más extremos de la tierra.
Por supuesto que no se trata del 100% de los casos, pues hay esperanza. Organizaciones como One Percent for the Planet y compañías como Patagonia están tratando de obtener todos sus recursos de forma sostenible y justa con el ambiente de donde son extraídas. Pero aún hay un largo camino por recorrer. Mi sugerencia es que enfoquemos nuestras mentes en la tarea de acabar con la era de la explotación y acercarnos a la era de la conservación. Considerar esa idea como el camino a una nueva etapa del montañismo.
Y para aquellos que consideran chistoso hablar de proteger los recursos de la montaña en términos de cientos de años, consideren las ramificaciones de cualquiera de nuestras acciones y comportamientos en cualquier tema tan amplio. La ciencia del cambio climático es evidencia directa de que tenemos un impacto enorme en el ambiente en cantidades cortas de tiempo.
Piénsalo como una aventura del pensamiento, como una nueva era de la exploración.
Chris Kalman